domingo, 8 de enero de 2017

COSMIC ADVENTURERS INACABADO

Rubén Dávila fue derecho del servicio a la nevera, evitando las paredes de los pasillos y los muebles de la cocina sin encender luces. Conocía su casa así de bien y, estando enfadado como estaba, sus sentidos se afinaban como los de un gato. Sintiéndose anormalmente sediento, agarró un cartón de zumo de naranja y se llenó con él hasta que un fino hilo naranja a la luz azulada del electrodoméstico rebasó sus labios. Eructó, dejó el cartón y volvió a encerrar el frío eléctrico, apretando con fuerza la mano, sintiendo los cayos perforar sus dedos.
     No había derecho, joder. No había derecho. Aquello no lo hicieron con afán de lucro. Sólo era para entretener a la gente y (como ganancia oculta, extraoficial) para hacerse propaganda. Una muestra gratuita de su talento para el mundo, la oportunidad de pasar del anonimato de sus apartamentos a una gran empresa. ¿Y Gamer quería dar su brazo a torcer por las buenas?
     Rubén, cansado por las largas horas desperdiciadas  frente al ordenador, por la derrota y el frescor de la noche argentina, apoyó la cabeza sobre la superficie de plástico, recordando que necesitaba la cama. Aquel momento de sosiego le sirvió a sus oídos para sentir algo, una especie de chasquido eléctrico, como un chispazo. Le siguió una silla arrastrándose.
     Sintiendo su torso descamisado erizarse por algo más que la noche, se volvió hacia el pasillo que llevaba al dormitorio. Sintió su presión sanguínea subirle en sienes y pecho, mientras el miedo le secaba la boca.
     La oscuridad de su cuarto había sido violada por un suave resplandor gris violáceo, se había extendido por debajo de la puerta, un resplandor que reconoció como el de la pantalla de su ordenador, que tenía apagado.
     Pero aquello no era nada. Aunque su ordenador se encendiese solo, podía soportar a los fantasmas.
     Pero la silueta en pie recortada en el umbral, contra el fulgor, era otra cosa.
     —¿Qué…? —La voz le tembló; un síntoma de miedo que siempre había odiado— ¿Quién diantre sos vos?
     —Tú eres SaiRub —susurró, la figura, sin decir nada más.
     Se echó la mano derecha a la espalda, tensa en una señal inequívoca de odio. Cuando la devolvió junto a su cuerpo, un silbido acerado cruzó el apartamento; el efecto de sonido que siempre acompañaba a una espada saliendo de su funda. Una espada como la larga y plana figura, engrosada en su extremo, que el intruso misterioso sujetaba con las dos manos.
     Rubén retrocedió, sintiendo el frío de la encimera contra sus riñones; sensación incomparable al miedo que le hacía temblar. Acababa de reconocerlo.
     ¿Podía ser? Recordó lo que pasó al intentar borrar los archivos…
     No hubo explicación; se limitó a embestirle, echando a un lado la mesa y sillas en su camino. Rubén quiso gritar, pero no tuvo tiempo.
     Sintió el tajo en su hombro derecho como un golpe pesado dado con algo contundente, como una barra de hierro. La sensación pasó, pero en vez de rebotar, el frío le traspasó hasta el costado izquierdo. Pudo probar la sangre que le llenaba la boca, y sentir el dolor cuando la mitad separada de su cuerpo cayó al suelo.

El despertador sonó. Las nueve y diez. Perfecto.
     Fermín Fidalgo se levantó bruscamente, lanzando a los pies de su cama las sábanas. Si algo no le faltaba a lo largo del día eran ocasiones para hacer la cama, así que no tenia prisa.
     Desayunó un café con leche con galletas Chiquilín y un plátano, antes de ponerse a trabajar. Vestido con su uniforme habitual (una camiseta de manga corta, en esa ocasión de Iron Maiden, y pantalones de chándal) se colocó frente a su ordenador. Al entrar en la página de contactos que los miembros de Horsemen Hardwares usaban para comunicarse, comprobó, satisfecho, que Rafa ya se había conectado. Death44 todavía no estaba presente; recordándole a Fermín por qué las Canarias eran las islas afortunadas: allí se podía dormir una hora más.
     Y en cuanto a SaiRub… en Argentina ni siquiera debía ser de día.
     Fabián, convertido sobre el teclado en InvGamer, director, coordinador y jefes de proyectos de la pequeña compañía indie, accedió al buzón de correos. Tenía mucho que hacer: ver alguna posible solicitud particular, repasar las cuentas y, muy especialmente, ponerse en marcha.
     Iba a ser duro, eso seguro. No sabía cómo se lo habrían tomado los otros, pero a él todavía le dolían los ojos al recordar la carta. La sentencia de muerte para Cosmic Adventurers.

Caleb Sosa se retorció bajo las sábanas. La luz se filtraba bajo la persiana a su lado, volviendo nítida su habitación penumbrosa. Aunque fuese de día, era muy temprano. Oía ruidos en la cocina; sus padres debían estar desayunando. Las ocho y cuarto, o así…
     Caleb se desperezó y bajó de la cama. Tenía ganas de saber la hora. Tenía que limpiar las habitaciones, hacer la compra y un par de recados más. Seguir viviendo con sus padres después de los veinticinco años tenía un coste.
     Pero Caleb quería seguir en la cama. Se sentía cansado. Llevaba casi cuatro horas y media despierto, después de que la pesadilla le estropease el sueño: aquella chica que lloraba primero sin dejar de rogar una respuesta que él no entendía, antes de…
     Negó con la cabeza, intentando olvidar las súplicas que acompañaron la experiencia.
     Y encima se parecía a Shalu, al modelo que SaintStrife y él mismo hicieron. El fantasma de un no nacido, un trágico recuerdo de su fracaso común.
     Caleb se relajó, decidiendo que podía seguir durmiendo un rato más. Justo entonces, su silla chirriar contra el suelo.
     —Death44. Levántate. Prefiero no matarte en la cama.
     Obedeció por la pura inercia del susto, se sentó en el acto, quedando destapado, en calzoncillos y temblando. Había alguien con él, ¿desde cuándo? ¿Y cómo había entrado sin que le viese?
     Ensordecido por los latidos de su corazón, miró al frente. Sí, allí estaba, delante de su cama. El desconocido, una silueta oscura, estaba inclinado; blandiendo algo que reconoció como una espada. Caleb tragó saliva e intentó retroceder.
     —Oye, ¿Quién eres? ¿Y por qué…?
     Se detuvo, entornando la vista hacia el claroscuro. Aquel tío llevaba algo más que un arma peculiar: su ropa era muy holgada, casi medieval; en su hombro reconoció una especie de armadura…
     Sin creérselo todavía, reunió la suficiente saliva en la boca para susurrar:
     —Marvan…
      Recibió un seco jem como confirmación mientras subía los dos brazos sobre su cabeza. Y saltó.
     Caleb lo veía sin terminar de creérselo, yendo derecho al techo y la lámpara. Se rió, pensando que chocaría contra ellos y caería de cabeza al suelo…
     La sonrisa se esfumó. La cabeza de su atacante se estrelló contra la lámpara, retorciéndola como una jaula de caramelo. El techo crujió, cubriéndose de grietas. El alboroto llamaría la atención de sus padres; ya oía en la cocina sillas moviéndose y voces airadas llamarle.
     Pero el espadachín ni se inmutó. Ni siquiera emitió un gemido de daño.
     Caleb contuvo la respiración; acababa de reconocer la técnica: el Golpe Meteórico. Un destello frente a él reveló que su ordenador estaba encendido.
     Caleb se sintió aplastado, empujado contra el suelo por una fuerte presión en la cabeza. El dolor le llegó al cerebro y los ojos, saltándole las lágrimas e iniciando un grito que no pudo pronunciar.
     Su cuerpo quedó separado en dos mitades perfectas, arrojando una lluvia roja a las tinieblas mientras la puerta de su cuarto se abría.

Después de comprobar que la biblioteca y la concejalía les habían pagado el diseño de la página web, Fermín pasó al buzón de correos, con un recuadro de conversación abierto con Rafa.
       »¿Algo nuevo?
     O sí, desde luego. Un par de famosos televisivos querían que diseñasen sus páginas oficiales. Una tienda de electrodomésticos quería mejorar su portal virtual. Y había una oferta para programadores.
     Fermín la abrió ansioso. Luego, con una mueca de disgusto, se dispuso a desilusionar a SaintStrife.
     »Lo de siempre. Un par de trabajos normales. Y un nuevo juego para móvil.
     »O sea, otro plagio de Tetrix, ¿verdad?
     Fermín asintió con amargura. Era eso. ¿Para qué negarlo?
     »¿Sigues sin noticias de Rub y Death?
     Fermín repasó el estado de los miembros. Así era.
     »Podemos esperar. Cuando estemos todos ya nos repartimos el trabajo.
     »Muy bien. Me voy un rato, Rebe me necesita. Hasta luego.
     Fermín suspiró. De todo el grupo, Rafa era el único que tenía novia; en su caso un motivo de admiración y envidia para el resto.
     Fermín se levantó y se puso a hacer la cama, repasando mentalmente sus tareas pendientes. Y, con una lagrima condensándose en el rabillo de su ojo, se remitió al único pensamiento que había llenado su cabeza y la de todos durante dos años y medio.

Cosmic Adventurers. El nombre lo decía todo[1]. Salido en octubre de 1996 para SNES, supuso el canto de cisne del rol japonés de 16 bits. La historia, a la sazón y con mucha imaginación, era un híbrido entre El Principito de  Antoine de Saint-Exupéry y Chrono Trigger de Squaresoft.
      Años después de que un asteroide destruyese los ecosistemas terrestres, la humanidad se había instalado en titánicas estaciones espaciales flotantes, a la búsqueda de un nuevo hogar. El protagonista, Marvan, el joven descendiente de un clan de maestros espadachines (aquel era uno de esos universos japoneses retro-románticos donde, pese la avanzadísima tecnología, las armas favoritas de los héroes seguían siendo espadas y armas cuerpo a cuerpo y pistolas con la fuerza real de un tirachinas) se veía inmerso en una guerra entre la humanidad y el imperio Emyru, una raza oriunda del sistema solar al que acababan de llegar. Durante una escaramuza, rescata de una nave militar del imperio a una misteriosa chica amnésica llamada Shalu, que los Emyru parecen dispuestos a recuperar a cualquier precio. La pareja huye en una nave, iniciando una travesía por hasta dieciséis planetas diferentes, arreglando (o causando) entuertos y reclutando a nuevos aliados: Mendoza, un caza-recompensas armado con dos pistolas enviado originalmente para atraparlos; Litu, un forzudo de buen corazón; Bango, un gladiador mitad autómata armado con demoledores brazos mecánicos, y Zira, una joven  de una raza dotada de grandes poderes psíquicos (que, como arma exótica de obligada inclusión en videojuegos así, empleaba diademas que potenciaban sus poderes). Poco a poco, el grupo descubre que Shalu es la última descendiente de un clan dotado de grandes poderes divinos, y que el motivo de que los Emyru la persigan es que su emperador estaba siendo controlado mentalmente por el antagonista de turno: Evrus, hechicero perteneciente a la estirpe de Shalu que fue exiliado por su ambición y que buscaba por igual liberarse de su prisión y conquistar el universo. Y, por supuesto, en medio se establecía una relación entre los dos protagonistas principales. 
     El combate final no podía ser más emotivo: después de casi destruir a Evrus, un anciano canoso con desorbitados poderes mágicos, éste consigue ponerle las manos encima a Shalu, fundiéndose con ella en una dimensión más allá del espacio y dando lugar al último ingrediente esencial de ese tipo de juegos: un enorme y poderoso monstruo entre informe e insecto que nada tenía que envidiar a Zeromus, Giygas o Lavos, con un espacio en la tripa donde se apreciaba el rostro horrorizado de la chica.
     Por supuesto, a los héroes se les presentaba la tesitura de acabar con el engendro (y por ende, Marvan tendría que matar a su amor) o ceder y permitir al engendro arrasar el universo. Llegados a ese punto, según el desarrollo del juego, ofrecía hasta ocho finales diferentes, que iban desde la aniquilación absoluta hasta el final feliz, con Marvan rescatando a Shalu, los dos casándose, cada personaje volviendo a su hogar como un héroe y comiendo perdices (así como la variedad completa de posibilidades agridulces intermedias).
     Aunque Cosmic Adventurers tenía la receta perfecta para triunfar, hizo todo lo malo que podía hacerse en la competitiva industria del RPG. Salió en una consola a la que quedaban tres años para quedar obsoleta. Su compañía, Shurtec, era pequeña y anónima, no invirtiendo mucho en la publicidad de su producto, una luz engullida por la alargadísima sombra de Dragón Quest, Phantasy Star y Final Fantasy. Como tantas obras anónimas, fue querida y recordada por los pocos con la suerte de conocerla, antes de parecer condenada al olvido.
     Fue ese el motivo de que la compañía de programadores independiente Horsemen Hardwares decidiese desenpolvarla. El grupo se había formado hacia cuatro años antes, conociéndose en foros de Internet sobre programación y videojuegos, compartiendo a través de Fermín (InvGamer en el universo de los alias) las ganancias de sus trabajos. Habían realizado diferentes juegos recreativos para móviles (la inagotable esencia de alinear fichas de colores que desaparecen o explotan) e incluso habían programado desde cero su primer proyecto serio: Endless Prison, una aventura gráfica en primera persona sobre un preso atrapado en una cárcel maldita de corredores inacabables, llenos de oscuridad, sonidos turbadores y figuras espectrales.
     El juego tuvo buena acogida, pero era una piedra más en la base de una gran montaña: Outlast, Amnesia, Penumbra, Daylight… ¿Cómo destacar un novato de los grandes?
     La idea les vino sola. Como tantos otros juegos del periodo de 16 bits, Cosmic Adventurers había conseguido la popularidad que no tuvo en su día: era un juego de culto. La prueba eran las dos docenas de centenares de videos de ese juego con menos de medio año de antigüedad en YouTube.
      Darle algo a los fans que les hiciese babear de gusto; no un nuevo juego basado en la idea original, sino un remake completo: los mismos personajes, agrandados de informes muñecos cabezones de dos centímetros alineados en el extremo izquierdo de la pantalla a preciosas figuras poligonales con todo lujo de detalles, incluyendo ropa, cara y expresión facial. La misma música, sintetizada con instrumentos modernos y no con tonadas de pitidos repetitivas. Los escenarios bidimensionales ampliados al siguiente nivel, con el sol en el cielo de fondo.
     Un proyecto, desde luego, sin ánimo de lucro; si algo sabía bien era que el Copyright es sagrado en todas partes. Un proyecto de fans para fans, disponible en descarga directa. Una forma de que Horsemen Hardware se diese a conocer en el saturado mundo de la programación, dando a sus miembros la oportunidad de cabalgar sobre proyectos de más calibre.
     Se dedicaron a ello en cuerpo y almas, unidos por la red desde sus distintos hogares del Atlántico. SaiRuv se encargaba del apartado musical y los menús interactivos, Death44 del diseño de personajes y, junto a SaintStrife e InvGamer, programaban los personajes y escenarios.
     Aunque despacio, casi un pasatiempo entre los trabajos que pagaban facturas, el proyecto tomó forma. La noticia se filtró a Internet, un par de videos de tráiler vieron la luz en las redes sociales y la comunidad de jugadores daba palmas con las orejas.
     ¿Y qué falló? Fácil. Nadie sabía que Shurtec siguiese en activo; ni se pensaba siquiera que hubiese sobrevivido a los noventa. Sin embargo, el administrador general de Horsemen recibió, hacia sólo tres días, una nota firmada por el presidente y la junta directiva de la pequeña compañía. ¿El motivo? Les gustaba su trabajo y alababan el esfuerzo pero, por favor, les rogaban que abandonasen el remake cuanto antes, bajo riesgo de exponerse a acciones legales sobre los derechos del juego.
     Fermín intentó granjearse la simpatía de la compañía fantasma, respondiendo un par de veces a la dirección de correo remitente, teniendo el detalle de contestarles en inglés. No pretendían lucrarse con su trabajo ni su historia, hasta llegó a ofrecerles el proyecto entero; un trabajo que les saldría gratis.
     ¿La respuesta? No debía ir con ellos, porque se limitaron a enviar, exactamente, punto por punto, la misma nota de renuncia. Seguramente, un corta y pega.
     Sintiéndolo mucho, Fermín tuvo que decir a sus tres colaboradores que lo dejaban todo, ahora que les faltaba menos de un mes de terminar. Y, aunque nunca pensó que pudiese encariñarse tanto con un vulgar cuadro pintado con píxeles, aquello le había dolido. No tanto por el esfuerzo desperdiciado como por sentirse que le habían quitado algo tan suyo como un brazo.

El día fue aburrido. Ni Death44 ni SaiRub dieron señales de vida, por lo que debían estar enfermos, muy ocupados o en un apagón. Fermín y Rafa se repartieron la faena y se pusieron en marcha; la primera página web de una cantante de flamenco podía estar terminada en dos días.
     A la noche, con la lavadora puesta y la faena a salvo en una memoria externa, Fermín se sentó a ver la tele mientras cenaba una ensalada y un bocadillo de jamón y queso. No decían gran cosa en las noticas, los políticos se atacaban entre ellos, una nave industrial había ardido, un terrorista se había inmolado en Irak provocando una masacre y cada vez parecía más difícil que el Atlético siguiese en la liga. A grandes rasgos, parecía que el mundo seguía su curso.
     Ya iba a levantarse cuando una única noticia internacional, de pasada, le llamó la atención: un asesinato cometido en Buenos Aires, Argentina. La víctima, un joven informático de veintisiete años que vivía solo, del que no dieron el nombre ni otros datos. Nadie tenía idea del móvil ni de cómo entró el asesino en el apartamento de la víctima, por lo que se asumía que era un conocido.
     Pero Fermín sólo sintió una punzada en el pecho cuando describieron la causa de la muerta: había sido cortado en dos, perpendicularmente, de un único corte con una gran arma blanca; seguramente una katana. 
     Fermín dejó los platos en la cocina, se dio una ducha rápida y, cubierto con su batín, se dispuso a despedirse de Rafa. Desde que oyó aquella noticia se sentía raro; como si sus piernas se hubiesen vuelto inestables, su cuerpo fuese más ligero y una profunda tristeza le nublase la mente.
     No le sorprendió ver que SaintStrife le había mandado un mensaje. Sí lo hizo su contenido: un link a una página virtual, con el encabezado: Cuando puedas, mira esto.
     El link llevaba a una página de noticias de última hora. Ese mismo día, a las nueve (hora peninsular) se había cometido un extraño asesinato en La Palma, Canarias. Un joven identificado como C. S. G. había sido encontrado muerto en su dormitorio por sus padres. Estos oyeron ruido en el dormitorio y, al entrar, comprobaron que habían destrozado el techo del dormitorio y asesinado a su hijo; versión verificada por el vecino de arriba, que llegó a temer que su apartamento se hundiera.
     Mientras leía, Fermín sintió su boca secarse, sus párpados volverse pesados y sus manos humedecerse, obligándole a agarrarse al escritorio. Al chico lo habían cortado en dos, limpiamente, de un único tajo con una gran espada que había separado hasta la espina dorsal. Los padres, presentes durante el registro posterior del apartamento, habían quedado descartados, al no encontrarse ningún arma de esas características. La investigación seguía abierta. El misterio, servido.
     Tras dos minutos sujetado al escritorio pensando que iba a desmayarse, Fermín hizo una sola pregunta a Rafa.
     »Es Death44, ¿verdad?
     »Sí. Lo era.
     Caleb Sosa García. No solían usar sus nombres reales, pero se conocían. La memoria era el mejor ordenador. Su malestar al saber lo de Argentina debió ser simple instinto. Inquietud convertida en una terrible certeza: aquello no había sido una coincidencia.
     Fermín empezó a teclear deprisa, erráticamente, creando largas palabras incomprensibles que le obligaban a borrar la mitad de las letras.
     De improviso, la pantalla quedó estática y el mensaje interrumpido. Su ordenador se había colgado.
     —¿Qué? —No sabía si reírse de lo muy oportuno que era—. ¡Vamos, no jodas! Ahora no…
     Después de minuto y medio o así, se agachó para reiniciarlo. La pantalla se fundió a negro, sola, antes de que le diese al botón.
     Se irguió, mirando fijamente su reflejo sobre la pantalla en negro, preguntándose si se habría levantado con el pie izquierdo. Pero el ordenador no fallaba; o al menos no era un fallo normal.
     —¿Por qué?
     A la pregunta, salida de la nada, siguió la aparición en pantalla de una figura. Era femenina, una joven alta y esbelta vestida con una sencilla falda plateada, un sostén metálico y largas botas rojas, dejando a la vista su vientre y sus hombros. Una larga cabellera del color del fuego le caía hasta la cintura.
      Fermín frunció el ceño. ¿Qué era eso?
     La pantalla efectuó un zoom a la cara de la joven, que había subido las manos, uniéndolas en una oración. 
     Fermín no se creía lo que veía. Era Shalu; el diseño tridimensional de Caleb, pero no con la sonriente expresión que lucía en el juego. La chica tenía los ojos entornados y la boca entreabierta, como si sufriese. Una lágrima le bajó por la mejilla.
     —¿Por qué lo habéis hecho?
     Debía de ser una especie de broma pesada, quizás de Shurtec. El juego no tenía voces, sólo música. Al menos, Rubén no había dicho nada a ese respecto.
     —¿Por qué nos habéis hecho esto?
     —El qué. —Fermín ya no aguantaba más, agarró la pantalla y la encaró l, mirándola a los ojos; sin importarle que el micrófono estuviese apagado—. ¿Qué te hemos hecho?
     La llorosa chica parpadeó; al segundo siguiente la imagen había cambiado.
     —Dios… —Fermín estaba ya tan sorprendido que no fue capaz de apartarse.
     Shalu, la atractiva y misteriosa Shalu, se había ido; al menos tal y como la programaron. En su lugar se alzaba una mole rolliza y llena de pliegues del color del pus, con un solemne y arrugado rostro en su parte superior y seis apéndices a modo de alas en la espalda, parecidas a patas de insecto y que impedían determinar si era gelatinoso o sólido.
     La pantalla realizó un nuevo zoom a la altura del pecho del engendro, dónde se apreciaba una mancha púrpura en forma de escudo con la forma de una cara. Una cara con la boca abierta, atrapada en una mueca de terror, esforzándose por lanzar un grito cautivo.
     Sin embargo, en vez de gritar, siguió hablando.
     —Ahora ya no podremos volver a reunirnos.
     —¿Quiénes?
     —Estaremos separados para siempre…
     —Dime quién eres.
     —¿Por qué lo habéis hecho?
     —No te entiend…
     —¡¿Por qué?!
     —¡Joder!
     Fermín estampó las dos manos sobre el escritorio, haciendo brincar el monitor. La imagen desapareció, como el fundido negro, volviendo al cuadro de diálogo que había quedado incompleto.
     Se dejó caer en la silla, notando el sudor bajarle por la frente. ¿Por qué se había puesto tan nervioso?
     No entendía lo que había pasado, pero sabía lo que era. Aquel era Evrus Definitivo, la fusión del villano y la heroína de Cosmic Adventurers y el jefe final del juego. La versión en 3D del monstruo diseñado para un combate final que no llegaron a programar: la cancelación del proyecto llegó antes de coronar el pastel con la guinda.
     Nervioso, sin estar del todo seguro de si aquello había sido real, empezó a escribir frenéticamente a Rafa.

Rafael Pérez se reclinó sobre su asiento, llevándose las manos a la cabeza. Había bebido sólo dos cervezas en todo el día, no fumaba nada que provocase alucinaciones y (que supiese) no tenía antecedentes de enfermedad mental en su familia.
     Sin embargo, ahí estaba: el personaje digital que él mismo había modelado le había hablado, acusándole… ¿De qué?
     Rafa se frotó la frente, intentando despertar del todo. El trabajo empezaba a afectarle. Que Rebeca estuviese en la cocina terminando de freír unas pechugas le supuso un alivio; aunque podría confirmarle que no había alucinado, no estaba muy seguro de querer que viese aquello.
     —¡Rafa! —le gritó—. ¡Ya está! ¡Ve quitando el culo de la silla y ven a poner la mesa!
     —Ya… ¡Ya voy!
     Justo a tiempo; desconectar un poco le sentaría bien. De paso, pensó en los restos del proyecto. Había guardado todo lo que habían hecho; ya fuese como muestra de su trabajo o como modelos reciclables para juegos futuros.
     Rafa hizo hacia atrás su silla, coincidiendo con un chirrido de madera más fuerte tras él que lo sobrepasó…
     —SaintStrife. Ha llegado tu hora.
     La voz, oxidada y atormentada, le paralizó, dejándole agarrado a su silla sólo para no temblar. Lo que había visto le había turbado demasiado para sobresaltarle y ahora, simplemente, no quería precipitarse.
     —¡Rafa! —El tono de Rebe se había vuelto inquieto—. ¿Pasa algo? Me ha parecido oír a alguien…
     —No te preocupes por ella —volvió la voz—. No podrá interrumpirnos. Y sólo he venido a por ti.
     Un pobre consuelo para Rafa; tomó aire y, ahora sí, se volvió para enfrentarse a su intruso.
     Iba a decir algo, pero no fue capaz. Ya era impensable que hubiese entrado en un cuarto piso por la ventana en la cornisa vertical. Pero lo que encontró dejó el escepticismo a un lado.
     Pese a la iluminación medio decente del dormitorio, sólo vio una sombra, con la cama a la derecha y la gruesa cómoda con la ropa apoyada contra la puerta, explicando el sonido que acababa de oír.
     La puerta, precisamente, rebotó entonces contra el obstáculo.
     —Rafa, ¿qué… por qué has cerrado?
     El novio de Rebeca no respondió al principio. Estaba estudiando al asesino.
     —¿Cómo has podido entrar?
     La sombra emitió un cacareo a modo de risa, idéntico a una lata vacía al rebotar tras una patada.
     —Vosotros habéis hecho la puerta. Si os sirve para entrar en mi mundo, ¿por qué no iba yo a poder entrar en el vuestro?
     Rafa lo miraba sin dar crédito, sintiendo un escalofrió al oírle. La suya era la voz de una garganta cortada, llena de dolor, amargura y, especialmente, rencor.
     El intruso dejó de reír, cogiendo algo que llevaba prendido en la espalda.
     —Sois muy poco originales; los otros preguntaron exactamente lo mismo.
      Al ver la espada apuntándole directamente, Rafa retrocedió, volcando el monitor de la pantalla. Era evidente lo que quería hacer, ¿pero cómo? Si conseguía reconocer qué técnica era, cómo la ejecutaba…
     —Pero en tu caso, te diré por qué. —Su forma de blandirla, retrocediendo sin moverla, le provocó un vuelco en el corazón. Él había diseñado esa pose—. Por haberme separado de la mujer que amo.
     Rafa tanteó el escritorio tras él, maldiciéndose su dormitorio por ser tan estrecho. Con más espacio podría hacerse a un lado. Y evitar lo que, como programador, sabía que vendría a continuación.
     —Toma, maldito —musitó.
     Con un amago de chillido, la Estocada Certera cruzó el metro y medio que les separaba, dejando a Rafa sentado sobre el escritorio. Un golpe rápido de esgrima, pero que en la realidad sorprendía. Muchísimo.
     Le impactó antes de que pudiese tensar un dedo. Rafa dio contra la pared con la espalda.
      —Rafa, ¿qué ha sido eso?
     Su novia empezó a aporrar la puerta.
     Rafa intentó moverse. No podía. Sentía que su ombligo había cuadruplicado su tamaño, adquiriendo una consistencia húmeda. Se palpó la herida, detectando la apertura tras él, e intentó gritar. No lo consiguió.
     No llegó a sentir cómo caía, mientras su visión se volvía tan negra como su asesino y los golpes de Rebe parecían a punto de derribar la pared.

Fermín tecleó primero y aporreó después, insistiendo en recibir una respuesta. Ya había enviado seis mensajes a Rafa, que seguía sin contestar.
     Tras dos minutos de espera, tan inclinado frente a la pantalla que le dolía la espalda, se resignó. Podía estar cenando, en el baño o acostándose con Rebe; en resumen, haciendo otra cosa.
      Apagó la pantalla, dispuesto a hacer lo mismo con el ordenador. En aquel momento poco le importaba lo que pudiese perderse.
     —InvGamer. Ahora sólo quedas tú.
     Dio un respingo tan fuerte que se dio con la rodilla derecha contra el escritorio, agarrándola mientras resoplaba de dolor, olvidando por el momento que no estaba solo. Muy despacio, se dio la vuelta.
     Su cara empalideció, al comprender qué significaba lo que tenía delante. Era una silueta oscura tan consistente como una sombra; casi se podía ver a su través. Pero reconoció su forma: la ropa holgada con una hombrera metálica a la derecha; la mezcla entre uniforme y capa de caballero; el pelo corto a lo tazón (seguramente un intento de los programadores de diferenciarle de los héroes pelo pincho o de larga melena que poblaban el género), las piernas acabadas en botas en punta. Y sobresaliendo de la espalda, la empuñadura de un arma, que procedió a desenvainar despacio, con un chirrido que le erizó los nervios.
     —Es imposible —razonó, intentando calmarse—. No puedes existir a…
     —Claro que puedo —le desafió, sujetando la espada—. Existo desde el momento en que lo hace mi historia.
     —Entonces… —Fermín tragó saliva, intentando hablar—. Has matado… a…
     —Sí —se le adelantó—. A todos. SaintStrife acaba de morir.
     Fermín sintió como si se perdiese en el fondo de su cuerpo. Ya sabía qué estaba haciendo Rafa.
     —A ti… —le apuntó con la espada—. Te he reservado para el final.
     —¿Pero… por qué?
     —Tú lo empezaste todo.
     Su voz metálica y chirriante se volvió más grave; Fermín lo reconoció como una señal. El fantasma virtual estaba a punto de llorar.
     —¿El qué, el juego?
     —La historia. Vosotros la empezasteis.
     —No, te equivocas —se defendió, dando un paso al frente, imbuido del coraje que otorga la razón—. Nosotros no te inventamos. Cosmo Adventurers… ya existía.
     —Puede —admitió, sin relajarse un ápice—. Sin embargo, a mí me creasteis vosotros.
     Fermín se preparaba para replicar, comprendiendo que no podía: era verdad. Aquel no era el auténtico Marvan; el muñequito chaparro de dos centímetros en una pantalla de 16 bits. Aquel guerrero tridimensional  fue concebido por su equipo.
     —Sí, nosotros te creamos, ¿entonces por qué nos matas?
     Un cacareo, una risa nerviosa, brotó de su cabeza sin cara.
     —Porque nos separasteis.
     —¿Cómo? ¿A qui…? —Fermín no acabó la pregunta, alcanzando un momento de clarividencia—. ¿Te refieres a… Shalu?
     La sombra no respondió; su inmovilidad era una respuesta en sí misma.
     —Nosotros no os separamos.
     —Se la disteis a él; la convertisteis en un monstruo…
     —Pero eso no importa. La historia sigue, se lucha contra Evrus y…
     —¿Cómo? Nuestra historia acaba ahí; sin poder ayudarla, sin poder hacer nada.
     El incremento de su pulso fue tan fuerte que Fermín pensó que saldría volando. Claro, el final: habían tenido que suspender el juego antes de hacerlo. El final que conocía estaba reservado para las versiones primigenias de esos personajes… no para el asesino frente a él. Un príncipe que quería vengar la desaparición de su princesa, la anulación de su final feliz.
      —Puedo… —intentó negociar—. Puedo acabar el juego, tu historia, yo solo. Darte lo que…
     —Es inútil —sentenció—. Una historia debe contarse para vivirse. Y nuestra historia nunca será contada. Ha quedado como un cuento inacabado… Yo y mi amada separados para siempre. Y tú tiene la culpa.
     Marvan se contorsionó un momento, como si tomase aire, luego empezó a llevar la espada frente a él, trazando un arco hacia la derecha.
     Fermín se sintió paralizado por el pánico. Él había adaptado el estilo de lucha del héroe a las tres dimensiones, reconociendo su técnica más letal y difícil de plasmar: la Furia desatada; en su versión original dieciséis golpes simultáneos dados con la velocidad de un tornado.
     —¡No, esp…!
     La sombra dio un único paso adelante, luego su espada dibujó frente a Fermín un átomo en el aire, que pasó a través de él.
     Fermín sólo sintió los cortes quemar su carne. Luego, con el sonido de una explosión, dejó de sentir nada.

Cuando fue encontrado, la policía estaba perpleja. Por la cantidad de sangre, parecía que el cuerpo había estallado, pero a pesar de la putrefacción, se notaba que cada uno de los ocho pedazos del cuerpo había recibido un corte limpio, plasmado en los huesos.
     Lo que estaba haciendo en el ordenador, encendido como el del resto de miembros de Horsemen Hardwares, seguiría siendo un misterio. Sólo aparecía el salvapantallas. El disco duro se había borrado por completo.





[1] Aventureros cósmicos

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