COSMIC ADVENTURERS INACABADO
Rubén Dávila fue derecho del servicio a la nevera, evitando las paredes de los
pasillos y los muebles de la cocina sin encender luces. Conocía su casa así de
bien y, estando enfadado como estaba, sus sentidos se afinaban como los de un
gato. Sintiéndose anormalmente sediento, agarró un cartón de zumo de naranja y
se llenó con él hasta que un fino hilo naranja a la luz azulada del
electrodoméstico rebasó sus labios. Eructó, dejó el cartón y volvió a encerrar
el frío eléctrico, apretando con fuerza la mano, sintiendo los cayos perforar
sus dedos.
No había derecho, joder. No había derecho.
Aquello no lo hicieron con afán de lucro. Sólo era para entretener a la gente y
(como ganancia oculta, extraoficial) para hacerse propaganda. Una muestra gratuita
de su talento para el mundo, la oportunidad de pasar del anonimato de sus
apartamentos a una gran empresa. ¿Y Gamer
quería dar su brazo a torcer por las buenas?
Rubén, cansado por las largas horas
desperdiciadas frente al ordenador, por
la derrota y el frescor de la noche argentina, apoyó la cabeza sobre la
superficie de plástico, recordando que necesitaba la cama. Aquel momento de
sosiego le sirvió a sus oídos para sentir algo, una especie de chasquido
eléctrico, como un chispazo. Le siguió una silla arrastrándose.
Sintiendo su torso descamisado erizarse
por algo más que la noche, se volvió hacia el pasillo que llevaba al
dormitorio. Sintió su presión sanguínea subirle en sienes y pecho, mientras el
miedo le secaba la boca.
La oscuridad de su cuarto había sido
violada por un suave resplandor gris violáceo, se había extendido por debajo de
la puerta, un resplandor que reconoció como el de la pantalla de su ordenador,
que tenía apagado.
Pero aquello no era nada. Aunque su
ordenador se encendiese solo, podía soportar a los fantasmas.
Pero la silueta en pie recortada en el
umbral, contra el fulgor, era otra cosa.
—¿Qué…? —La voz le tembló; un síntoma de
miedo que siempre había odiado— ¿Quién diantre sos vos?
—Tú eres SaiRub —susurró, la figura, sin decir nada más.
Se echó la mano derecha a la espalda,
tensa en una señal inequívoca de odio. Cuando la devolvió junto a su cuerpo, un
silbido acerado cruzó el apartamento; el efecto de sonido que siempre acompañaba
a una espada saliendo de su funda. Una espada como la larga y plana figura,
engrosada en su extremo, que el intruso misterioso sujetaba con las dos manos.
Rubén retrocedió, sintiendo el frío de la
encimera contra sus riñones; sensación incomparable al miedo que le hacía
temblar. Acababa de reconocerlo.
¿Podía ser? Recordó lo que pasó al
intentar borrar los archivos…
No hubo explicación; se limitó a
embestirle, echando a un lado la mesa y sillas en su camino. Rubén quiso
gritar, pero no tuvo tiempo.
Sintió el tajo en su hombro derecho como
un golpe pesado dado con algo contundente, como una barra de hierro. La
sensación pasó, pero en vez de rebotar, el frío le traspasó hasta el costado
izquierdo. Pudo probar la sangre que le llenaba la boca, y sentir el dolor
cuando la mitad separada de su cuerpo cayó al suelo.
El
despertador sonó. Las nueve y diez. Perfecto.
Fermín Fidalgo se levantó bruscamente,
lanzando a los pies de su cama las sábanas. Si algo no le faltaba a lo largo
del día eran ocasiones para hacer la cama, así que no tenia prisa.
Desayunó un café con leche con galletas
Chiquilín y un plátano, antes de ponerse a trabajar. Vestido con su uniforme
habitual (una camiseta de manga corta, en esa ocasión de Iron Maiden, y pantalones de chándal) se colocó frente a su
ordenador. Al entrar en la página de contactos que los miembros de Horsemen Hardwares usaban para
comunicarse, comprobó, satisfecho, que Rafa ya se había conectado. Death44 todavía no estaba presente; recordándole
a Fermín por qué las Canarias eran las islas afortunadas: allí se podía dormir
una hora más.
Y en cuanto a SaiRub… en Argentina ni siquiera debía ser de día.
Fabián, convertido sobre el teclado en InvGamer, director, coordinador y jefes
de proyectos de la pequeña compañía indie,
accedió al buzón de correos. Tenía mucho que hacer: ver alguna posible
solicitud particular, repasar las cuentas y, muy especialmente, ponerse en
marcha.
Iba a ser duro, eso seguro. No sabía cómo
se lo habrían tomado los otros, pero a él todavía le dolían los ojos al
recordar la carta. La sentencia de muerte para Cosmic Adventurers.
Caleb Sosa
se retorció bajo las sábanas. La luz se filtraba bajo la persiana a su lado,
volviendo nítida su habitación penumbrosa. Aunque fuese de día, era muy
temprano. Oía ruidos en la cocina; sus padres debían estar desayunando. Las
ocho y cuarto, o así…
Caleb se desperezó y bajó de la cama.
Tenía ganas de saber la hora. Tenía que limpiar las habitaciones, hacer la
compra y un par de recados más. Seguir viviendo con sus padres después de los
veinticinco años tenía un coste.
Pero Caleb quería seguir en la cama. Se
sentía cansado. Llevaba casi cuatro horas y media despierto, después de que la
pesadilla le estropease el sueño: aquella chica que lloraba primero sin dejar
de rogar una respuesta que él no entendía, antes de…
Negó con la cabeza, intentando olvidar las
súplicas que acompañaron la experiencia.
Y encima se parecía a Shalu, al modelo que
SaintStrife y él mismo hicieron. El
fantasma de un no nacido, un trágico recuerdo de su fracaso común.
Caleb se relajó, decidiendo que podía
seguir durmiendo un rato más. Justo entonces, su silla chirriar contra el suelo.
—Death44.
Levántate. Prefiero no matarte en la cama.
Obedeció por la pura inercia del susto, se
sentó en el acto, quedando destapado, en calzoncillos y temblando. Había alguien
con él, ¿desde cuándo? ¿Y cómo había entrado sin que le viese?
Ensordecido por los latidos de su corazón,
miró al frente. Sí, allí estaba, delante de su cama. El desconocido, una
silueta oscura, estaba inclinado; blandiendo algo que reconoció como una
espada. Caleb tragó saliva e intentó retroceder.
—Oye, ¿Quién eres? ¿Y por qué…?
Se detuvo, entornando la vista hacia el
claroscuro. Aquel tío llevaba algo más que un arma peculiar: su ropa era muy
holgada, casi medieval; en su hombro reconoció una especie de armadura…
Sin creérselo todavía, reunió la
suficiente saliva en la boca para susurrar:
—Marvan…
Recibió un seco jem como confirmación mientras subía los dos brazos sobre su
cabeza. Y saltó.
Caleb lo veía sin terminar de creérselo, yendo
derecho al techo y la lámpara. Se rió, pensando que chocaría contra ellos y caería
de cabeza al suelo…
La sonrisa se esfumó. La cabeza de su
atacante se estrelló contra la lámpara, retorciéndola como una jaula de
caramelo. El techo crujió, cubriéndose de grietas. El alboroto llamaría la
atención de sus padres; ya oía en la cocina sillas moviéndose y voces airadas
llamarle.
Pero el espadachín ni se inmutó. Ni
siquiera emitió un gemido de daño.
Caleb contuvo la respiración; acababa de
reconocer la técnica: el Golpe Meteórico.
Un destello frente a él reveló que su ordenador estaba encendido.
Caleb se sintió aplastado, empujado contra
el suelo por una fuerte presión en la cabeza. El dolor le llegó al cerebro y
los ojos, saltándole las lágrimas e iniciando un grito que no pudo pronunciar.
Su cuerpo quedó separado en dos mitades
perfectas, arrojando una lluvia roja a las tinieblas mientras la puerta de su
cuarto se abría.
Después
de comprobar que la biblioteca y la concejalía les habían pagado el diseño de
la página web, Fermín pasó al buzón de correos, con un recuadro de conversación
abierto con Rafa.
»¿Algo
nuevo?
O sí, desde luego. Un par de famosos
televisivos querían que diseñasen sus páginas oficiales. Una tienda de
electrodomésticos quería mejorar su portal virtual. Y había una oferta para programadores.
Fermín la abrió ansioso. Luego, con una
mueca de disgusto, se dispuso a desilusionar a SaintStrife.
»Lo
de siempre. Un par de trabajos normales. Y un nuevo juego para móvil.
»O
sea, otro plagio de Tetrix, ¿verdad?
Fermín asintió con amargura. Era eso.
¿Para qué negarlo?
»¿Sigues
sin noticias de Rub y Death?
Fermín repasó el estado de los miembros.
Así era.
»Podemos
esperar. Cuando estemos todos ya nos repartimos el trabajo.
»Muy
bien. Me voy un rato, Rebe me necesita. Hasta luego.
Fermín suspiró. De todo el grupo, Rafa era
el único que tenía novia; en su caso un motivo de admiración y envidia para el
resto.
Fermín se levantó y se puso a hacer la
cama, repasando mentalmente sus tareas pendientes. Y, con una lagrima
condensándose en el rabillo de su ojo, se remitió al único pensamiento que
había llenado su cabeza y la de todos durante dos años y medio.
Cosmic Adventurers. El nombre lo decía todo[1].
Salido en octubre de 1996 para SNES, supuso el canto de cisne del rol japonés
de 16 bits. La historia, a la sazón y con mucha imaginación, era un híbrido
entre El Principito de Antoine de Saint-Exupéry y Chrono Trigger de Squaresoft.
Años después de que un asteroide destruyese
los ecosistemas terrestres, la humanidad se había instalado en titánicas
estaciones espaciales flotantes, a la búsqueda de un nuevo hogar. El
protagonista, Marvan, el joven descendiente de un clan de maestros espadachines
(aquel era uno de esos universos japoneses retro-románticos donde, pese la
avanzadísima tecnología, las armas favoritas de los héroes seguían siendo
espadas y armas cuerpo a cuerpo y pistolas con la fuerza real de un tirachinas)
se veía inmerso en una guerra entre la humanidad y el imperio Emyru, una raza oriunda del sistema
solar al que acababan de llegar. Durante una escaramuza, rescata de una nave
militar del imperio a una misteriosa chica amnésica llamada Shalu, que los Emyru parecen dispuestos a recuperar a
cualquier precio. La pareja huye en una nave, iniciando una travesía por hasta
dieciséis planetas diferentes, arreglando (o causando) entuertos y reclutando a
nuevos aliados: Mendoza, un caza-recompensas armado con dos pistolas enviado
originalmente para atraparlos; Litu, un forzudo de buen corazón; Bango, un
gladiador mitad autómata armado con demoledores brazos mecánicos, y Zira, una
joven de una raza dotada de grandes
poderes psíquicos (que, como arma exótica de obligada inclusión en videojuegos
así, empleaba diademas que potenciaban sus poderes). Poco a poco, el grupo
descubre que Shalu es la última descendiente de un clan dotado de grandes
poderes divinos, y que el motivo de que los Emyru
la persigan es que su emperador estaba siendo controlado mentalmente por el
antagonista de turno: Evrus, hechicero perteneciente a la estirpe de Shalu que
fue exiliado por su ambición y que buscaba por igual liberarse de su prisión y
conquistar el universo. Y, por supuesto, en medio se establecía una relación
entre los dos protagonistas principales.
El combate final no podía ser más emotivo:
después de casi destruir a Evrus, un
anciano canoso con desorbitados poderes mágicos, éste consigue ponerle las
manos encima a Shalu, fundiéndose con ella en una dimensión más allá del
espacio y dando lugar al último ingrediente esencial de ese tipo de juegos: un
enorme y poderoso monstruo entre informe e insecto que nada tenía que envidiar
a Zeromus, Giygas o Lavos, con un espacio en la tripa donde se apreciaba el
rostro horrorizado de la chica.
Por supuesto, a los héroes se les
presentaba la tesitura de acabar con el engendro (y por ende, Marvan tendría
que matar a su amor) o ceder y permitir al engendro arrasar el universo.
Llegados a ese punto, según el desarrollo del juego, ofrecía hasta ocho finales
diferentes, que iban desde la aniquilación absoluta hasta el final feliz, con
Marvan rescatando a Shalu, los dos casándose, cada personaje volviendo a su
hogar como un héroe y comiendo perdices (así como la variedad completa de
posibilidades agridulces intermedias).
Aunque Cosmic
Adventurers tenía la receta perfecta para triunfar, hizo todo lo malo que
podía hacerse en la competitiva industria del RPG. Salió en una consola a la
que quedaban tres años para quedar obsoleta. Su compañía, Shurtec, era pequeña y anónima, no invirtiendo mucho en la
publicidad de su producto, una luz engullida por la alargadísima sombra de Dragón Quest, Phantasy Star y Final Fantasy.
Como tantas obras anónimas, fue querida y recordada por los pocos con la suerte
de conocerla, antes de parecer condenada al olvido.
Fue ese el motivo de que la compañía de
programadores independiente Horsemen
Hardwares decidiese desenpolvarla. El grupo se había formado hacia cuatro
años antes, conociéndose en foros de Internet sobre programación y videojuegos,
compartiendo a través de Fermín (InvGamer
en el universo de los alias) las ganancias de sus trabajos. Habían realizado
diferentes juegos recreativos para móviles (la inagotable esencia de alinear
fichas de colores que desaparecen o explotan) e incluso habían programado desde
cero su primer proyecto serio: Endless
Prison, una aventura gráfica en primera persona sobre un preso atrapado en
una cárcel maldita de corredores inacabables, llenos de oscuridad, sonidos
turbadores y figuras espectrales.
El juego tuvo buena acogida, pero era una
piedra más en la base de una gran montaña: Outlast,
Amnesia, Penumbra, Daylight… ¿Cómo
destacar un novato de los grandes?
La idea les vino sola. Como tantos otros
juegos del periodo de 16 bits, Cosmic
Adventurers había conseguido la popularidad que no tuvo en su día: era un
juego de culto. La prueba eran las dos docenas de centenares de videos de ese
juego con menos de medio año de antigüedad en YouTube.
Darle algo a los fans que les hiciese
babear de gusto; no un nuevo juego basado en la idea original, sino un remake completo: los mismos personajes,
agrandados de informes muñecos cabezones de dos centímetros alineados en el
extremo izquierdo de la pantalla a preciosas figuras poligonales con todo lujo
de detalles, incluyendo ropa, cara y expresión facial. La misma música,
sintetizada con instrumentos modernos y no con tonadas de pitidos repetitivas.
Los escenarios bidimensionales ampliados al siguiente nivel, con el sol en el
cielo de fondo.
Un proyecto, desde luego, sin ánimo de
lucro; si algo sabía bien era que el Copyright
es sagrado en todas partes. Un proyecto de fans para fans, disponible en
descarga directa. Una forma de que Horsemen
Hardware se diese a conocer en el saturado mundo de la programación, dando
a sus miembros la oportunidad de cabalgar sobre proyectos de más calibre.
Se dedicaron a ello en cuerpo y almas,
unidos por la red desde sus distintos hogares del Atlántico. SaiRuv se encargaba del apartado musical
y los menús interactivos, Death44 del
diseño de personajes y, junto a SaintStrife
e InvGamer, programaban los
personajes y escenarios.
Aunque despacio, casi un pasatiempo entre
los trabajos que pagaban facturas, el proyecto tomó forma. La noticia se filtró
a Internet, un par de videos de tráiler vieron la luz en las redes sociales y
la comunidad de jugadores daba palmas con las orejas.
¿Y qué falló? Fácil. Nadie sabía que Shurtec siguiese en activo; ni se
pensaba siquiera que hubiese sobrevivido a los noventa. Sin embargo, el
administrador general de Horsemen
recibió, hacia sólo tres días, una nota firmada por el presidente y la junta
directiva de la pequeña compañía. ¿El motivo? Les gustaba su trabajo y alababan
el esfuerzo pero, por favor, les rogaban
que abandonasen el remake cuanto
antes, bajo riesgo de exponerse a acciones legales sobre los derechos del
juego.
Fermín intentó granjearse la simpatía de
la compañía fantasma, respondiendo un par de veces a la dirección de correo
remitente, teniendo el detalle de contestarles en inglés. No pretendían
lucrarse con su trabajo ni su historia, hasta llegó a ofrecerles el proyecto
entero; un trabajo que les saldría gratis.
¿La respuesta? No debía ir con ellos,
porque se limitaron a enviar, exactamente, punto por punto, la misma nota de
renuncia. Seguramente, un corta y pega.
Sintiéndolo mucho, Fermín tuvo que decir a
sus tres colaboradores que lo dejaban todo, ahora que les faltaba menos de un
mes de terminar. Y, aunque nunca pensó que pudiese encariñarse tanto con un
vulgar cuadro pintado con píxeles, aquello le había dolido. No tanto por el
esfuerzo desperdiciado como por sentirse que le habían quitado algo tan suyo
como un brazo.
El día
fue aburrido. Ni Death44 ni SaiRub dieron señales de vida, por lo
que debían estar enfermos, muy ocupados o en un apagón. Fermín y Rafa se
repartieron la faena y se pusieron en marcha; la primera página web de una
cantante de flamenco podía estar terminada en dos días.
A la noche, con la lavadora puesta y la
faena a salvo en una memoria externa, Fermín se sentó a ver la tele mientras
cenaba una ensalada y un bocadillo de jamón y queso. No decían gran cosa en las
noticas, los políticos se atacaban entre ellos, una nave industrial había
ardido, un terrorista se había inmolado en Irak provocando una masacre y cada
vez parecía más difícil que el Atlético siguiese en la liga. A grandes rasgos,
parecía que el mundo seguía su curso.
Ya iba a levantarse cuando una única
noticia internacional, de pasada, le llamó la atención: un asesinato cometido
en Buenos Aires, Argentina. La víctima, un joven informático de veintisiete
años que vivía solo, del que no dieron el nombre ni otros datos. Nadie tenía idea
del móvil ni de cómo entró el asesino en el apartamento de la víctima, por lo
que se asumía que era un conocido.
Pero Fermín sólo sintió una punzada en el
pecho cuando describieron la causa de la muerta: había sido cortado en dos,
perpendicularmente, de un único corte con una gran arma blanca; seguramente una
katana.
Fermín dejó los platos en la cocina, se
dio una ducha rápida y, cubierto con su batín, se dispuso a despedirse de Rafa.
Desde que oyó aquella noticia se sentía raro; como si sus piernas se hubiesen
vuelto inestables, su cuerpo fuese más ligero y una profunda tristeza le
nublase la mente.
No le sorprendió ver que SaintStrife le había mandado un mensaje.
Sí lo hizo su contenido: un link a una página virtual, con el encabezado: Cuando puedas, mira esto.
El link llevaba a una página de noticias
de última hora. Ese mismo día, a las nueve (hora peninsular) se había cometido
un extraño asesinato en La Palma, Canarias. Un joven identificado como C. S. G.
había sido encontrado muerto en su dormitorio por sus padres. Estos oyeron
ruido en el dormitorio y, al entrar, comprobaron que habían destrozado el techo
del dormitorio y asesinado a su hijo; versión verificada por el vecino de
arriba, que llegó a temer que su apartamento se hundiera.
Mientras leía, Fermín sintió su boca
secarse, sus párpados volverse pesados y sus manos humedecerse, obligándole a
agarrarse al escritorio. Al chico lo habían cortado en dos, limpiamente, de un
único tajo con una gran espada que había separado hasta la espina dorsal. Los
padres, presentes durante el registro posterior del apartamento, habían quedado
descartados, al no encontrarse ningún arma de esas características. La
investigación seguía abierta. El misterio, servido.
Tras dos minutos sujetado al escritorio
pensando que iba a desmayarse, Fermín hizo una sola pregunta a Rafa.
»Es
Death44, ¿verdad?
»Sí.
Lo era.
Caleb Sosa García. No solían usar sus
nombres reales, pero se conocían. La memoria era el mejor ordenador. Su
malestar al saber lo de Argentina debió ser simple instinto. Inquietud
convertida en una terrible certeza: aquello no había sido una coincidencia.
Fermín empezó a teclear deprisa,
erráticamente, creando largas palabras incomprensibles que le obligaban a
borrar la mitad de las letras.
De improviso, la pantalla quedó estática y
el mensaje interrumpido. Su ordenador se había colgado.
—¿Qué?
—No sabía si reírse de lo muy oportuno que era—. ¡Vamos, no jodas! Ahora no…
Después de minuto y medio o así, se agachó
para reiniciarlo. La pantalla se fundió a negro, sola, antes de que le diese al
botón.
Se irguió, mirando fijamente su reflejo
sobre la pantalla en negro, preguntándose si se habría levantado con el pie
izquierdo. Pero el ordenador no fallaba; o al menos no era un fallo normal.
—¿Por qué?
A la pregunta, salida de la nada, siguió
la aparición en pantalla de una figura. Era femenina, una joven alta y esbelta
vestida con una sencilla falda plateada, un sostén metálico y largas botas
rojas, dejando a la vista su vientre y sus hombros. Una larga cabellera del
color del fuego le caía hasta la cintura.
Fermín frunció el ceño. ¿Qué era eso?
La pantalla efectuó un zoom a la cara de
la joven, que había subido las manos, uniéndolas en una oración.
Fermín no se creía lo que veía. Era Shalu;
el diseño tridimensional de Caleb, pero no con la sonriente expresión que lucía
en el juego. La chica tenía los ojos entornados y la boca entreabierta, como si
sufriese. Una lágrima le bajó por la mejilla.
—¿Por qué lo habéis hecho?
Debía de ser una especie de broma pesada,
quizás de Shurtec. El juego no tenía
voces, sólo música. Al menos, Rubén no había dicho nada a ese respecto.
—¿Por qué nos habéis hecho esto?
—El qué. —Fermín ya no aguantaba más,
agarró la pantalla y la encaró l, mirándola a los ojos; sin importarle que el
micrófono estuviese apagado—. ¿Qué te hemos hecho?
La llorosa chica parpadeó; al segundo
siguiente la imagen había cambiado.
—Dios… —Fermín estaba ya tan sorprendido
que no fue capaz de apartarse.
Shalu, la atractiva y misteriosa Shalu, se
había ido; al menos tal y como la programaron. En su lugar se alzaba una mole
rolliza y llena de pliegues del color del pus, con un solemne y arrugado rostro
en su parte superior y seis apéndices a modo de alas en la espalda, parecidas a
patas de insecto y que impedían determinar si era gelatinoso o sólido.
La pantalla realizó un nuevo zoom a la
altura del pecho del engendro, dónde se apreciaba una mancha púrpura en forma
de escudo con la forma de una cara. Una cara con la boca abierta, atrapada en
una mueca de terror, esforzándose por lanzar un grito cautivo.
Sin embargo, en vez de gritar, siguió
hablando.
—Ahora ya no podremos volver a reunirnos.
—¿Quiénes?
—Estaremos separados para siempre…
—Dime quién eres.
—¿Por qué lo habéis hecho?
—No te entiend…
—¡¿Por qué?!
—¡Joder!
Fermín estampó las dos manos sobre el
escritorio, haciendo brincar el monitor. La imagen desapareció, como el fundido
negro, volviendo al cuadro de diálogo que había quedado incompleto.
Se dejó caer en la silla, notando el sudor
bajarle por la frente. ¿Por qué se había puesto tan nervioso?
No entendía lo que había pasado, pero
sabía lo que era. Aquel era Evrus Definitivo, la fusión del villano y la
heroína de Cosmic Adventurers y el jefe
final del juego. La versión en 3D del monstruo diseñado para un combate final
que no llegaron a programar: la cancelación del proyecto llegó antes de coronar
el pastel con la guinda.
Nervioso, sin estar del todo seguro de si aquello
había sido real, empezó a escribir frenéticamente a Rafa.
Rafael
Pérez se reclinó sobre su asiento, llevándose las manos a la cabeza. Había
bebido sólo dos cervezas en todo el día, no fumaba nada que provocase
alucinaciones y (que supiese) no tenía antecedentes de enfermedad mental en su
familia.
Sin embargo, ahí estaba: el personaje
digital que él mismo había modelado le había hablado, acusándole… ¿De qué?
Rafa se frotó la frente, intentando
despertar del todo. El trabajo empezaba a afectarle. Que Rebeca estuviese en la
cocina terminando de freír unas pechugas le supuso un alivio; aunque podría
confirmarle que no había alucinado, no estaba muy seguro de querer que viese
aquello.
—¡Rafa! —le gritó—. ¡Ya está! ¡Ve quitando
el culo de la silla y ven a poner la mesa!
—Ya… ¡Ya voy!
Justo a tiempo; desconectar un poco le sentaría
bien. De paso, pensó en los restos del proyecto. Había guardado todo lo que
habían hecho; ya fuese como muestra de su trabajo o como modelos reciclables
para juegos futuros.
Rafa hizo hacia atrás su silla,
coincidiendo con un chirrido de madera más fuerte tras él que lo sobrepasó…
—SaintStrife.
Ha llegado tu hora.
La voz, oxidada y atormentada, le paralizó,
dejándole agarrado a su silla sólo para no temblar. Lo que había visto le había
turbado demasiado para sobresaltarle y ahora, simplemente, no quería
precipitarse.
—¡Rafa! —El tono de Rebe se había vuelto
inquieto—. ¿Pasa algo? Me ha parecido oír a alguien…
—No te preocupes por ella —volvió la voz—.
No podrá interrumpirnos. Y sólo he venido a por ti.
Un pobre consuelo para Rafa; tomó aire y,
ahora sí, se volvió para enfrentarse a su intruso.
Iba a decir algo, pero no fue capaz. Ya
era impensable que hubiese entrado en un cuarto piso por la ventana en la
cornisa vertical. Pero lo que encontró dejó el escepticismo a un lado.
Pese a la iluminación medio decente del
dormitorio, sólo vio una sombra, con la cama a la derecha y la gruesa cómoda
con la ropa apoyada contra la puerta, explicando el sonido que acababa de oír.
La puerta, precisamente, rebotó entonces contra
el obstáculo.
—Rafa, ¿qué… por qué has cerrado?
El novio de Rebeca no respondió al
principio. Estaba estudiando al asesino.
—¿Cómo has podido entrar?
La sombra emitió un cacareo a modo de
risa, idéntico a una lata vacía al rebotar tras una patada.
—Vosotros habéis hecho la puerta. Si os
sirve para entrar en mi mundo, ¿por qué no iba yo a poder entrar en el vuestro?
Rafa lo miraba sin dar crédito, sintiendo
un escalofrió al oírle. La suya era la voz de una garganta cortada, llena de
dolor, amargura y, especialmente, rencor.
El intruso dejó de reír, cogiendo algo que
llevaba prendido en la espalda.
—Sois muy poco originales; los otros preguntaron
exactamente lo mismo.
Al ver la espada apuntándole
directamente, Rafa retrocedió, volcando el monitor de la pantalla. Era evidente
lo que quería hacer, ¿pero cómo? Si conseguía reconocer qué técnica era, cómo
la ejecutaba…
—Pero en tu caso, te diré por qué. —Su
forma de blandirla, retrocediendo sin moverla, le provocó un vuelco en el
corazón. Él había diseñado esa pose—. Por haberme separado de la mujer que amo.
Rafa tanteó el escritorio tras él,
maldiciéndose su dormitorio por ser tan estrecho. Con más espacio podría
hacerse a un lado. Y evitar lo que, como programador, sabía que vendría a
continuación.
—Toma, maldito —musitó.
Con un amago de chillido, la Estocada Certera cruzó el metro y medio
que les separaba, dejando a Rafa sentado sobre el escritorio. Un golpe rápido
de esgrima, pero que en la realidad sorprendía. Muchísimo.
Le impactó antes de que pudiese tensar un
dedo. Rafa dio contra la pared con la espalda.
—Rafa, ¿qué ha sido eso?
Su novia empezó a aporrar la puerta.
Rafa intentó moverse. No podía. Sentía que
su ombligo había cuadruplicado su tamaño, adquiriendo una consistencia húmeda.
Se palpó la herida, detectando la apertura tras él, e intentó gritar. No lo
consiguió.
No llegó a sentir cómo caía, mientras su
visión se volvía tan negra como su asesino y los golpes de Rebe parecían a
punto de derribar la pared.
Fermín
tecleó primero y aporreó después, insistiendo en recibir una respuesta. Ya
había enviado seis mensajes a Rafa, que seguía sin contestar.
Tras dos minutos de espera, tan inclinado
frente a la pantalla que le dolía la espalda, se resignó. Podía estar cenando,
en el baño o acostándose con Rebe; en resumen, haciendo otra cosa.
Apagó la pantalla, dispuesto a hacer lo
mismo con el ordenador. En aquel momento poco le importaba lo que pudiese
perderse.
—InvGamer.
Ahora sólo quedas tú.
Dio un respingo tan fuerte que se dio con
la rodilla derecha contra el escritorio, agarrándola mientras resoplaba de dolor,
olvidando por el momento que no estaba solo. Muy despacio, se dio la vuelta.
Su cara empalideció, al comprender qué
significaba lo que tenía delante. Era una silueta oscura tan consistente como
una sombra; casi se podía ver a su través. Pero reconoció su forma: la ropa
holgada con una hombrera metálica a la derecha; la mezcla entre uniforme y capa
de caballero; el pelo corto a lo tazón (seguramente un intento de los
programadores de diferenciarle de los héroes pelo pincho o de larga melena que
poblaban el género), las piernas acabadas en botas en punta. Y sobresaliendo de
la espalda, la empuñadura de un arma, que procedió a desenvainar despacio, con
un chirrido que le erizó los nervios.
—Es imposible —razonó, intentando calmarse—.
No puedes existir a…
—Claro que puedo —le desafió, sujetando la
espada—. Existo desde el momento en que lo hace mi historia.
—Entonces… —Fermín tragó saliva,
intentando hablar—. Has matado… a…
—Sí —se le adelantó—. A todos. SaintStrife acaba de morir.
Fermín sintió como si se perdiese en el
fondo de su cuerpo. Ya sabía qué estaba haciendo Rafa.
—A ti… —le apuntó con la espada—. Te he
reservado para el final.
—¿Pero… por qué?
—Tú lo empezaste todo.
Su voz metálica y chirriante se volvió más
grave; Fermín lo reconoció como una señal. El fantasma virtual estaba a punto
de llorar.
—¿El qué, el juego?
—La historia. Vosotros la empezasteis.
—No, te equivocas —se defendió, dando un
paso al frente, imbuido del coraje que otorga la razón—. Nosotros no te
inventamos. Cosmo Adventurers… ya
existía.
—Puede —admitió, sin relajarse un ápice—.
Sin embargo, a mí me creasteis vosotros.
Fermín se preparaba para replicar,
comprendiendo que no podía: era verdad. Aquel no era el auténtico Marvan; el
muñequito chaparro de dos centímetros en una pantalla de 16 bits. Aquel
guerrero tridimensional fue concebido
por su equipo.
—Sí, nosotros te creamos, ¿entonces por
qué nos matas?
Un cacareo, una risa nerviosa, brotó de su
cabeza sin cara.
—Porque nos separasteis.
—¿Cómo? ¿A qui…? —Fermín no acabó la
pregunta, alcanzando un momento de clarividencia—. ¿Te refieres a… Shalu?
La sombra no respondió; su inmovilidad era
una respuesta en sí misma.
—Nosotros no os separamos.
—Se la disteis a él; la convertisteis en
un monstruo…
—Pero eso no importa. La historia sigue,
se lucha contra Evrus y…
—¿Cómo? Nuestra historia acaba ahí; sin
poder ayudarla, sin poder hacer nada.
El incremento de su pulso fue tan fuerte
que Fermín pensó que saldría volando. Claro, el final: habían tenido que
suspender el juego antes de hacerlo. El final que conocía estaba reservado para
las versiones primigenias de esos personajes… no para el asesino frente a él.
Un príncipe que quería vengar la desaparición de su princesa, la anulación de
su final feliz.
—Puedo… —intentó negociar—. Puedo acabar
el juego, tu historia, yo solo. Darte lo que…
—Es inútil —sentenció—. Una historia debe
contarse para vivirse. Y nuestra historia nunca será contada. Ha quedado como
un cuento inacabado… Yo y mi amada separados para siempre. Y tú tiene la culpa.
Marvan se contorsionó un momento, como si
tomase aire, luego empezó a llevar la espada frente a él, trazando un arco
hacia la derecha.
Fermín se sintió paralizado por el pánico.
Él había adaptado el estilo de lucha del héroe a las tres dimensiones,
reconociendo su técnica más letal y difícil de plasmar: la Furia desatada; en su versión original dieciséis golpes simultáneos
dados con la velocidad de un tornado.
—¡No, esp…!
La sombra dio un único paso adelante, luego
su espada dibujó frente a Fermín un átomo en el aire, que pasó a través de él.
Fermín sólo sintió los cortes quemar su
carne. Luego, con el sonido de una explosión, dejó de sentir nada.
Cuando
fue encontrado, la policía estaba perpleja. Por la cantidad de sangre, parecía
que el cuerpo había estallado, pero a pesar de la putrefacción, se notaba que
cada uno de los ocho pedazos del cuerpo había recibido un corte limpio,
plasmado en los huesos.
Lo que estaba haciendo en el ordenador,
encendido como el del resto de miembros de Horsemen
Hardwares, seguiría siendo un misterio. Sólo aparecía el salvapantallas. El
disco duro se había borrado por completo.
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